Líderes de cartón
- Emmanuel Bravo
- hace 3 días
- 2 Min. de lectura
En política solemos ver desfilar a personajes que parecen salidos de un catálogo de estereotipos: el que fue el chico popular, el que siempre sacaba dieces, el que se llevaba bien con todos, el que nunca dejaba de hablar, el que intrigaba desde las sombras. Con esas etiquetas, tan familiares como superficiales, nos resulta fácil ubicar a cada quien. Y, al hacerlo, dejamos de observar lo esencial: su capacidad de liderar, su congruencia, su proyecto.

Lo más preocupante es que, en buena medida, somos nosotros mismos quienes alimentamos esta dinámica. Apoyamos a alguien no por lo que representa en términos de visión o resultados, sino porque encarna un símbolo frente a otro. Lo votamos “para que no gane aquel”, lo respaldamos porque es del partido que nos gusta o porque tiene el sello de un padrino político. En otras palabras: no elegimos a la persona, sino a la etiqueta.
Este hábito nos ha llevado a conformarnos con liderazgos huecos, liderazgos de cartón. Figuras que tal vez dominan el escenario con simpatía o con discursos grandilocuentes, pero que carecen de fondo. Y no es casualidad: si como sociedad solo premiamos el disfraz, ¿Qué incentivo existe para ofrecer algo distinto? La política se convierte entonces en un teatro donde importa más la pose que la propuesta.

El resultado es una democracia empobrecida, sostenida en emociones primarias y en rivalidades heredadas. Los debates se reducen a consignas fáciles, a comparaciones vacías, a etiquetas que poco o nada dicen del futuro que realmente necesitamos construir. Y todo mientras los problemas siguen acumulándose al margen del espectáculo.
La pregunta incómoda es: ¿somos también una sociedad de cartón? Porque, al final, los liderazgos que surgen no son sino el reflejo de lo que estamos dispuestos a tolerar, aplaudir o elegir. Si seguimos votando por filias, fobias o inercias, lo que recibiremos será más de lo mismo: dirigentes que simulan, que actúan, pero que no transforman. La responsabilidad no está solo en quienes gobiernan, sino en quienes decidimos quiénes llegan hasta ahí.
Tal vez el verdadero cambio no empiece en las urnas, sino en el espejo.
Comentarios