top of page

ChatGPT: Las puertas que casi nadie abre

Recuerdo la primera vez que me senté frente a ChatGPT. No sabía exactamente qué preguntar ni qué esperar, solo tenía la curiosidad de asomarme a esa novedad tecnológica de la que todos hablaban. Podía pedirle cualquier cosa: un poema, un resumen, un consejo, una explicación sobre física cuántica o sobre cómo hornear un pastel de chocolate. Tenía, literalmente, un universo de opciones frente a mí. Pero lo primero que hice fue algo mucho más sencillo: pedí que me ayudara a organizar una idea que no lograba acomodar en palabras. Y en ese momento entendí la paradoja: aunque tenía el infinito al alcance de la mano, estaba entrando apenas en un pasillo muy corto, en una de las puertas más obvias.


ree

Con el tiempo, me di cuenta de que casi todos hacemos lo mismo. Llegamos con preguntas prácticas: cómo mejorar un texto, cómo redactar un anuncio, cómo resumir un artículo demasiado largo. Buscamos la utilidad inmediata, lo que nos ahorra tiempo o nos resuelve un problema concreto. Y claro, es normal: vivimos en una era donde el reloj gobierna cada decisión, donde la eficiencia manda. Pero, al mirar en perspectiva, siento que estamos frente a una mansión llena de habitaciones y, sin embargo, entramos siempre por las mismas dos o tres.


Yo mismo he caído en ese patrón. A veces me descubro usándolo como si fuera un procesador de textos más sofisticado, una calculadora elegante, una máquina de productividad. Pero entonces recuerdo aquella sensación del primer día: la certeza de que había algo mucho más grande, un potencial casi inabarcable que permanecía intacto. Es como si tuvieras una biblioteca infinita y siempre pidieras prestado el mismo par de libros, ignorando que a unos metros de distancia hay estantes llenos de historias jamás contadas.


ree

La paradoja es evidente: tenemos la posibilidad de explorar lo infinito, pero lo que hacemos en la práctica es quedarnos con lo conocido, con lo seguro. Pedimos correos, resúmenes, explicaciones rápidas. No pedimos que nos invente un universo donde los árboles cuentan chistes a los transeúntes, ni que imagine cómo habría sido el arte si los romanos hubieran descubierto la electricidad, ni que recree una conversación ficticia entre Frida Kahlo y David Bowie tomando café en un barrio de Tokio. Y, sin embargo, cuando alguna vez me he atrevido a abrir esas puertas, he descubierto algo fascinante: lo curioso no es inútil.


Recuerdo una ocasión en que decidí jugar. No necesitaba nada concreto, solo tenía ganas de ver qué pasaba. Le pedí que escribiera la biografía de una moneda que había pasado de mano en mano durante un siglo. El resultado fue tan sorprendente que terminé compartiéndolo con amigos, y uno de ellos lo usó como base para un proyecto creativo. En otra ocasión, le pedí que me ayudara a imaginar cómo sonaría una canción compuesta por dinosaurios, y eso me llevó a pensar en nuevas formas de explicar la creatividad en un taller que estaba preparando. Lo que comenzó como un simple experimento terminó generando ideas reales, útiles, inesperadas.


Eso me hizo darme cuenta de que abrir puertas poco transitadas tiene un valor enorme. No se trata de perder el tiempo en caprichos, sino de entender que en lo lúdico y en lo raro también hay semillas de futuro. Lo curioso puede desbloquear lo serio, lo inútil puede dar origen a lo indispensable. Pero, claro, para eso hay que atreverse a salir del camino marcado, y no siempre lo hacemos.


Creo que, en el fondo, esto habla más de nosotros que de la inteligencia artificial. Somos criaturas de costumbre. Incluso cuando tenemos algo tan vasto como ChatGPT frente a nosotros, preferimos usarlo de la manera más predecible posible. Es como viajar a otro país y buscar el mismo restaurante de siempre. La seguridad de lo conocido pesa más que la emoción de lo desconocido. Y tal vez por eso abrimos siempre las mismas puertas: las de la productividad, la de la utilidad inmediata, la del atajo rápido.


Pero no dejo de preguntarme qué pasaría si cambiáramos un poco el enfoque. ¿Qué ocurriría si más personas vieran a ChatGPT no solo como una herramienta, sino como un compañero de juego, como un espejo de ideas, como un interlocutor con el que se puede experimentar? Quizás descubriríamos que esas habitaciones que hoy permanecen cerradas guardan algo más que simple curiosidad: guardan la posibilidad de pensar distinto, de ver lo mismo desde otro ángulo, de ejercitar la imaginación que a veces la rutina nos apaga.


He llegado a la conclusión de que, a veces, las preguntas menos prácticas son las más reveladoras. Una pregunta absurda puede iluminar un rincón que no habías visto. Una conversación sin rumbo puede darte la claridad que no encontraste en cien manuales. Pero como nadie nos obliga a cruzar esas puertas, solemos dejarlas cerradas. Es más fácil seguir pidiendo lo de siempre, aunque lo de siempre no nos transforme.


Lo interesante es que ChatGPT nunca se cansa de esperar. Las puertas siguen ahí, intactas, listas para abrirse cuando alguien decida hacerlo. Y eso me parece un recordatorio poderoso: el infinito está disponible, aunque no lo toquemos. Está ahí, como un mar inmenso frente a nosotros, aunque solo metamos los pies en la orilla. Y cada vez que yo mismo me descubro atrapado en lo útil, intento darme un respiro y abrir aunque sea una puerta distinta, aunque sea por unos minutos. Porque en esas exploraciones raras he encontrado algunos de mis mejores descubrimientos.


Al final, creo que esta es la verdadera paradoja: decimos que tenemos el mundo en la palma de la mano, que la inteligencia artificial nos da acceso a un universo ilimitado. Pero la mayoría lo reduce a un par de usos repetidos, como si ese infinito no existiera. Es cierto, vivimos rodeados de puertas, pero lo raro no es que no se puedan abrir: lo raro es que casi nadie lo intenta.


Vuelvo al recuerdo del primer día. Aquella vez, sentado frente a la pantalla, tuve la sensación de que me estaban entregando una llave maestra. Una llave que podía abrir cualquier puerta, desde la más práctica hasta la más absurda, desde lo inmediato hasta lo eterno. Y sin embargo, mi primera reacción fue usarla solo para lo obvio. Hoy, después de muchas conversaciones, después de muchos experimentos, sigo pensando en esa imagen: yo frente a un pasillo lleno de puertas, decidiendo en cuáles entrar.


Quizá todo se reduce a eso: a atrevernos. A entender que lo curioso no es tiempo perdido, que lo absurdo no es inútil, que abrir una puerta rara puede darnos más de lo que imaginamos. Y entonces la metáfora se cierra: aquella primera llave sigue en mi mano, y cada vez que entro aquí tengo la posibilidad de elegir. Puedo repetir lo de siempre, o puedo girar la perilla de una puerta distinta. La diferencia está en mí, no en la herramienta. Porque, después de todo, ChatGPT no es solo un pasillo: es una casa entera esperando que alguien se anime a recorrerla.

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
siguenos-likedin.png
2025 tu marca vertical.png
bottom of page